Este es el primer proceso que empleamos en la lectura y es la capacidad de asociar cada letra o grupos de letras con su fonema (sonido), se desarrolla entre los 3 y los 6 años. Al leer es necesario asignar un sonido a cada letra que forma una palabra para crear el conjunto.
La dificultad en el aprendizaje de las normas de conversión es que es algo totalmente arbitrario, las letras no nos dan pistas sobre cómo deben pronunciarse y los fonemas tampoco nos indican cómo se escriben. Algunas letras cambian el fonema según el lugar que ocupan en la palabra o la vocal con la que se unen (como la C) y hay fonemas que pueden compartirse por varias letras (como la G/J).
Su aprendizaje también se ve afectado por la frecuencia y la variabilidad, cuando más frecuente e invariable es la asociación grafema-fonema, más fácil resulta de aprender. Las reglas de correspondencia grafema- fonema deben aprenderse una a una, hasta conseguir su automatización individual.
Para facilitar a los peques la enseñanza de las normas podemos utilizar diferentes vías sensoriales (vista, tacto, oído…) y actividades (movimiento, imágenes, historias…) favoreciendo que creen esquemas internos que justifiquen las relaciones arbitrarias entre símbolos y sonidos.
A continuación, la enseñanza sigue con las combinaciones de letras, que permiten formar sílabas en las que pueden asociarse con las diferentes vocales y también con algunas consonantes. Además, la colocación de las letras dentro de las sílabas también varía y cambia la pronunciación de los fonemas dentro de la cadena de letras.
Por último, la discriminación y relación en el espacio ocupa un lugar importante. Los peques no comprenden que las letras en espejo (“b” y “d”, “p” y “q”) son distintas, dependiendo de la madurez de su sistema visual puede tratarlo como objetos idénticos, pero vistos desde ángulos diferentes. Por eso, hay que mostrarles de manera explícita la simetría.
